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Si es arte, es política; si es política, no es arte

 

 

 

La política cabe en el arte, pero no el arte en la política

 

Evidente es que los artistas se mueven dentro de su órbita como desean y les inducen su libertad y experiencias, sin que dejen de depender, no obstante, de las circunstancias, de su humor y talante, y sin poder sustraerse tampoco a la trama de acontecimientos y prédicas de la sociedad en que viven (a veces excesivamente y sin criterio alguno), lo que juega con sus propias contradicciones como un impulso innovador que impide que ningún sistema conceptual y visual baje la persiana y se llene de polvo y carcoma.

 

No obstante, lo que constituye tal visión general está peligrosamente abocada a un estrechamiento si se toma en consideración lo que señaló Anne Cauquelin respecto a que el arte contemporáneo se enfrenta a una necesidad de hacer visible, no el mundo de lo visible, sino su obra misma. Así, de esta forma y con este propósito, se tiende en innumerables ocasiones a que dilemas artísticos, plásticos y estéticos se reduzcan al somero debate sobre una adscripción a distintas opciones políticas o ideológicas, con lo que se obtiene el convencimiento de que ahí, dentro de esa alternativa y estatuto, se encuentra el signo de la visibilidad y consecución del genio creador.

 

Sin embargo, nada es más cierto, ya que al final, de ser así, se tornará un hecho indiscutible –o discutible, como prefieran algunos- el que banderas, enseñas, etiquetas, inclinaciones, preferencias, etc., si se convierten en absolutas finalidades y núcleos de este orden como institucionalización del arte y su desarrollo, acabarán simplificándolo, adulterándolo, encajonándolo y hasta degradando su discurso y naturaleza.  Pero no se preocupen, por si estoy equivocado, me he endurecido con piedra pómez mi trasero para recibir las consiguientes patadas inmisericordes.

 

 

 

No me canso de decir que esa cosa no está bien instalada

 

Nadie duda que la instalación ha ganado un gran peso específico en el mundo del arte y que todavía le queda un próspero futuro a pesar de todos sus inconvenientes. No olvidemos que es una obra multimedia, multidimensional y multiforme, por lo que su ocupación espacial es bastante considerable; tan es así que en la mayoría de los casos es temporal y perecedera, si bien se conservan sus diagramas para poder recrearla en otros escenarios.

 

No obstante, la puntualización acerca de la misma a la que hacen referencia muchos autores, que se han decantado claramente por ese método de expresión, es su empeño en la búsqueda y potenciación de un vínculo con el espacio circundante y su contexto, con lo que el espectador se siente más involucrado e integrado en sus designios. Lo que no es óbice el que para otros sea su propia y específica naturaleza la que les permita convertirla en un ente absolutamente hermético, enigmático o hasta cochambroso (más idónea para alimentar la chimenea en invierno) o, por el contrario,  en un medio para la emisión de mensajes e intenciones muy explícitos, quizás excesivos.

 

 

 

Incluso hay quien defiende que es la forma más importante del arte contemporáneo por su impacto visual y conceptual, tanto interior como exterior, y por su transmisión efectiva en el ámbito social.

 

Pero de ahí a considerar que sea la más políticamente comprometida hay un paso exageradamente aventurado. Cierto que es una tentación en la que han caído muchos artistas, que frecuentemente incurren en una comunicación de tono muy crítico en lo referente a aspectos raciales, ecológicos, artísticos, y también sociales, ideológicos y políticos. Mas pese a eso no son censurables ni conllevan deformación alguna, en tanto en cuanto no descuidan los elementos formales en pro de una moralidad panfletaria que si se muda en tautológica pondría en cuestión el estatuto atribuido a la configuración estética.

 

 

 

 

¿Percepciones admisibles y contradictorias?

 

Al arte actual lo encuentro incomprensible y hasta desconcertante, pero es innovatorio, valor que siempre estoy buscando. Aunque tal novedad no es todo lo suficientemente precisa, además de haber demasiadas que constituyen muchos centros de atención que no merecen la pena. En consecuencia, me inclino por aquellas obras de apariencias más provocativas y escandalosas, más extrañas y transgresoras, que causen tensión y hasta violencia en la mirada; que añadan una verdad renovadora, revolucionaria y el compromiso por una sociedad más libre, justa y culta.

 

Cierto que el reto es complejo y sumamente incómodo al principio, bien que tampoco es para hundirse en una excesiva preocupación pues al final acaban siendo objetos de culto domeñado, domesticado y apto para salones, museos y mansiones. Sin embargo, se presenta el interrogante de si hay una sujeción a lo efímero, a lo que tiene plazo de caducidad que lo convierta en un material inane, vacuo y carente de sentido en el mundo del arte y de la cultura. Sabemos que ahora el contexto se modifica constantemente y por tanto el que se quede atrás no tiene cabida y desaparece por obsoleto. También, por el contrario, puede existir la opción de que la auténtica finalidad consista en una creación artística tributaria del momento y sólo se haga expresamente con dicho propósito.

 

Por consiguiente, me pregunto, a partir de estos presupuestos, cuál es el arte que permanecerá a la hora de mi mutis o dentro de cien años, dada mi incapacidad de hacer vaticinios o augurios, ni siquiera de proyectar una mínima sospecha. ¿Y ustedes? Ya me imagino lo que estarán pensando.

 

No obstante, alguien afirmó que una obra continuará siendo contemporánea siempre que establezca una comunicación, cualquiera que sea la época en que los espectadores estén situados.     

 

 

 

 

¿Tendría que existir un pacto entre el arte y la sociedad?

 

Creo que es evidente que el ciudadano y espectador acepta lo que es el arte, lo que debe significar para su vida y la de la sociedad y el compromiso que ha de asumir y respetar. Pero no hay ningún pacto al respecto ni consta que haya existido (y si lo hubo no se atuvo a los términos de un acuerdo libre entre las partes) como actual y lógicamente se entiende.

 

Es más, las violaciones y rupturas en esta materia en lo que se refiere a un consenso general han sido frecuentes y son consideradas como muestra de la propia naturaleza de lo artístico. Y ello no es susceptible de estar penado ni sancionado sino todo lo contrario.

 

Con ello no puede llegarse a la conclusión de que todos los fenómenos estéticos y plásticos, por su condición transgresora, estén justificados para conceptuarse como tales. Al contrario, han de quedarse fuera todos aquellos que por su carencia de los elementos esenciales que forman parte del hecho artístico –verificado por sus constantes históricas, formales, innovadoras, sociales, intelectuales, originales y humanitarias- no pueden configurarse como tales.

 

Estás más que claro que no se trata de anular la capacidad creativa del autor, nada más lejos de ello. De lo que realmente se trata es de hacerle ver que existe un pacto por el que todo ciudadano y espectador es receptor de una sintonía general, la más amplia posible, sobre lo que cada uno de ellos debe aportar y a lo que ha de contribuir, sin incurrir en el desprecio, en el hermetismo, en la invisibilidad, en lo paranoico o simplemente en una banalidad simulada.

 

Es decir, no a las restricciones y a los dogmatismos y academicismos, mas sí a las auténticas creaciones que despiertan la visión, imaginación, sensibilidad y conocimiento de un pueblo.

 

 

 

 

 Vamos a tratar de aclararlo más aunque se quede más oscuro y correoso

 

Sabemos que la línea estética y la irredimible dignidad del arte siempre han de estar fundamentadas en la transgresión y rechazo de reglas, cánones, normas, convenciones, modas y categorías generales existentes, es decir, de cualquier intento de objetivización y, por lo tanto, de normalización.

 

Entonces, si es evidente de que ha llegado el tiempo de que no haya términos definitivos y sí multitud de contextualizaciones –ni el color es en realidad como es sino en función de su contexto-, es la oportunidad de recordar que lo artístico es un hecho singular y hasta un acontecimiento portentoso.

 

No obstante, en la actualidad se habla de que el mundo del arte está obsesionado con el poder, tanto como para que el auténtico quede cada día más oculto. Y algo hay de cierto debe de haber en ello cuando año tras año se repite la misma pregunta y es la misma historia: ¿quiénes son los diez, veinte o cien más poderosos en este ámbito? Por consiguiente,  nos enfrascamos en reflexiones restringidas a intereses, implicaciones, actuaciones, celebraciones, que únicamente afectan a una parte del total, que en ocasiones incluso queda absolutamente huérfano.

 

Y otro aspecto a considerar es que si el arte es una experiencia que además de la insustituible contemplación –entendiendo que la misma engloba innumerables modalidades y hasta acciones y efectos- hace jugar al espectador un papel más activo, afirmar que era necesario por cuanto serviría para superar una precisa y mera mirada que sólo coadyuvaba a suministrar un mayor afianzamiento de la burguesía en su nueva (sic) posición social, me parece una solemne estupidez.

 

                                                                                   Gregorio Vigil-Escalera

 

  

Imágenes:

 

Varios autores: ¡Alístate!

Alberto Sánchez. ‘El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella’, ca. 1936. Maqueta. Cortesía de MNCARS y Lola Fernández

Pablo Picasso. ‘Guernica’, 1937. Cortesía de MNCARS

Charles Chaplin. ‘El gran dictador’ (fotograma), 1940

Andy Warhol. ‘3 Coke Bottles’, ca. 1962

Guerrilla Girls. ‘Do women have to be naked to get into the Met. Museum?’ Cortesía de Guerrilla Girls

Banksy

Kepa Garraza. ‘This is the end of the world as you know it’. Obra en la exposición

 

Texto e imágenes cortesía de los artistas (en su caso, de sus derechohabientes) y Gregorio Vigil-Escalera.

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