El Instituto Superior de Arte (ISA) de La Habana
Una realidad que da luz a un país entre sombras
Primero fue la Academia Nacional de Bellas Artes de San Alejandro, fundada en 1818, ahora es el Instituto Superior de Arte (ISA) en La Habana, conocido como la Universidad cubana de las Artes, que comenzó su actividad en 1976. En Cuba la tradición artística, fruto de un conjunto de factores, entre ellos la colonización e implantación hispana de varios siglos, responde a esas palabras del turco Kemal Ataturk referentes a que “una nación desprovista de arte y artistas no puede tener una existencia plena”. Y es que en la actualidad y cada vez más los estados más recalcitrantes, sea por una u otra causa, no todas legítimas, aspiran a un reconocimiento internacional de su singularidad cultural.
Para radicar esta institución se eligió el antiguo Country Club –las razones didácticas parecen obvias-, en cuyo predio se levantaron cinco edificios de original y polémica configuración arquitectónica –siempre se atraviesan esas reticencias ideológicas de signo esterilizador-, creación de los arquitectos Ricardo Porro, Vittorio Garatti y Roberto Gottardi. Y como si fuese cierto el que no contasen con la aceptación oficial –nunca pronunciado tal repudio con la boca grande-, dichas construcciones se ven sometidas a un paulatino deterioro además de no haberse ultimado el conjunto de las instalaciones proyectadas. No cabe duda que las motivaciones económicas aducidas cuando se han hecho evidentes tantas carencias y deficiencias sean las que tienen la clave, pero no es la única porque han prevalecido otras baldías y despilfarradoras. Así y todo fue imposible, y lo es por ahora, derogar ese espacio donde es asombroso el hálito de libertad y excelencia que se respira.
Lo cual tampoco es una contradicción con el hecho de que sus programas y disciplinas de enseñanza se hayan ampliando con los años hasta llegar a los que actualmente son: música, artes plásticas, teatro, danza y medios de comunicación audiovisual. Es como si en esa área reservada el núcleo organizativo tomase con rigurosidad la autentica misión que le anima y que no hace falta encomendarle, pues tiene claro el alcance y los designios de lo que es la naturaleza de un magisterio bien dirigido y planeado. Y en este sentido hemos de destacar el talento y la capacidad de sus profesores, varios de ellos todavía artistas en ejercicio –perdón, nunca dejan de serlo- con gran proyección internacional, las duras condiciones de acceso y la densa metodología de sus pruebas.
Indudablemente es uno de los mejores Centros del mundo, que gracias a saber despojarse – y no impedírselo alardeando de algunas dosis de cinismo- de toda esa parafernalia utilitaria y real socialista, ha conectado en todo momento con las más vanguardistas y contemporáneas tendencias o corrientes planetarias en la esfera del arte. Cierto es que no se corresponde con el ambiente mortecino de una nación a la espera de su sempiterna oportunidad y cierto es también, como apuntan algunos especialistas, que La Habana adolece de reconocimiento –no podía ser de otra forma- en el mercado global del arte, a pesar de ser Cuba una potencia de primer nivel en ese ámbito de creación.
No obstante, donde la impotencia se pone de manifiesto también surge la ocasión, como es que en los fines de semana, cuando la vigilancia se ha relajado y brilla por su ausencia, los estudiantes tienen la posibilidad de dar a conocer y ver sus obras a visitantes extranjeros, con los que pueden negociar directamente su venta. Se llega a incluso a conjeturar que aquellos alumnos cuya producción tenga buena acogida pueden embolsarse hasta mil dólares al mes, es decir, que pasan a formar parte del diez por ciento de aquellos cubanos que logran un mayor rendimiento económico en la isla.
Y si bien es cierto que comercialmente está en la cola, también lo es que todos los marchantes de Europa y Estados Unidos, conscientes de la gran calidad del arte contemporáneo cubano, se mantienen alertas a la espera de que el rumbo político cambie y se abra, con lo que sus posibilidades para entrar y emprender una lucha por la representación de artistas son casi todas.
En definitiva, aunque el marco institucional haya constituida la base, el proceso consistía en la elección adecuada de restricciones –centrarse en las fundamentales y prescindir de las aleatorias (algunos burócratas hubiesen querido lo contrario)-, incluso en algunos momentos recurrir a una selección dentro de ellas mismas. O lo que es lo mismo: una interacción y vaivén constantes. Igual fenómeno que se produce en esa confrontación histórica entre un enfoque societario encaminado a hacer posible un sentido comunitario de la práctica artística en orden a un fin utópico de la creación, y esa doctrina de la forma, sea o no orgánica, cimentada en un marcado acento individualista.
Por último, recordar las palabras del experto Don Thompson cuando señala “lo vagamente incómodo que es –vagamente no, añado, absolutamente- ver el dinamismo y diversidad que florecen en una sociedad que controla tan estrictamente muchos otros aspectos de la expresión cultural”.
Gregorio Vigil-Escalera
(AECA/AMCA)
Imágenes:
Obra de José Bedia
Obra de Belkis Ayón
Obra de Zaida del Río
Texto e imágenes cortesía de Roberto Fabelo, José Bedia, Belkis Ayón, Zaida del Río, René Negrín y Gregorio Vigil-Escalera.
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