Vanitas
José Ramón Lozano
galería BAT alberto cornejo
María de Guzmán, 61. Madrid
Hasta el 22-6-2019
A lo largo del arte contemporáneo se han desarrollado numerosas estrategias de dislocación de las constantes plásticas del retrato. Este género, cuyo origen estaría en la toma de conciencia de la muerte y en la necesidad de singularización, va ser articulado a lo largo de la historia del arte desde unos parámetros muy concretos: la representación del individuo particular a partir de la búsqueda del parecido. Esta última característica, constitutiva de la idea de «verdad» que late en el retrato tradicional, será desplazada y transgredida a lo largo de la modernidad; de este modo, si la identidad contemporánea se caracteriza por haberse vuelto fragmentada y compleja, su representación pictórica no le irá a la zaga.
Incluso en ejercicios de aparente verosimilitud, como pueden ser los retratos elaborados por Chuck Close, estaríamos ante una radical alteración de las normas marcadas por la tradición del género; en este caso, tanto por la cantidad de información topográfico-descriptiva como por el gigantesco formato1 . De hecho, el propio Close ha llegado a explicar que el tamaño de sus cuadros funciona como recurso para obligar al espectador a mirar la pintura más allá de su concepción como tema iconográfico.
José Ramón Lozano (Ceuta, 1983) se aproxima al género del retrato desde un lúcido conocimiento de su historia, sus hallazgos y su complejo devenir dentro de las prácticas artísticas contemporáneas. Sus trabajos excluyen la representación del cuerpo humano y se centran en el rostro, que se configura como única y esencial sede simbólica de la identidad. La magnificación del formato de sus cuadros evoca el primer plano cinematográfico que, como planteara Jacques Amount, es una interpelación al psiquismo del personaje que invita al espectador a introducirse en un paisaje emocional que nace de la desmesurada ampliación del rostro.
Aquí, ese paisaje se encuentra siempre ensimismado: no hay gestualidades emotivas, muecas de expresión o signos conflictivos. Por el contrario, Lozano apura la densidad emocional del retratado a través del color y de la gestualidad de la pincelada: son, precisamente, los recursos pictóricos los que parecen no conformarse con una imagen única y fija del sujeto. De este modo, sus retratos —habitualmente anónimos— asumen la identidad como un proceso de devenir y no de ser. Lozano pinta rostros monumentales, pero también frágiles y de apariencia inacabada, dueños de una carnalidad palpitante que explora la conciencia de su propia mortalidad; un tema, este último, que explica el reciente giro temático del artista hacia los bodegones florales.
En su aproximación a este género, el del bodegón, Lozano analiza su envés simbólico: la vanitas, es decir, la reflexión sobre la fugacidad de la vida y la inutilidad de los placeres mundanos ante la certeza de la muerte. Para ello, pinta flores marchitas cuya belleza gravita entre la reciente plenitud y la próxima decadencia. De nuevo, tal y como ocurría en sus retratos, el artista centra su atención en un estado transitivo que está íntimamente ligado a la irremediable finitud de todo aquello que está insuflado de vida. El artista pone en juego la capacidad de la pintura para seguir activando una reflexión acerca de la caducidad de la vida; una operación realmente pertinente en un momento, como el actual, en el que la muerte y la tragedia invaden constantemente la iconosfera digital.
Carlos Delgado Mayordomo
En su tercera exposición con la Galería BAT, el artista presenta una nueva serie basada en las clásicas Vanitas, manteniédose fiel a su estilo y a sus inconfundibles grandes formatos, acompañada de sus espectaculares rostros de mujeres con los que no deja de sorprendernos.
Sin dejar de lado el retrato, José Ramón Lozano se adentra con "Vanitas" en un nuevo estadio pictórico en el que el subgénero del bodegón o naturaleza muerta toma el papel protagonista en sus pinturas.
Haciendo alusión a lo efímero y a la fragilidad de la existencia, vemos las flores retratadas a modo de objetos que encarnan lo pasajero y la insignificancia tanto del ser humano como de los objetos que nos rodean. (Texto e imágenes cortesía de galería BAT alberto cornejo)
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