Apuntes finales sobre la pintura de Pedro Morillo
Pedro nació en una tierra vitivinícola, en la que la uva tiene el doble significado de sacrificio y fecundidad, y el vino aparece simbolizando la juventud y la vida eterna, aunque es también un territorio de horizontes inagotables, imposibles de aprehender, pues están estirados, dilatados por la lentitud e implacabilidad del tiempo. En cierto modo le siguen acompañando, impidiendo sus excusas para abordar lo que le era propio y posible. No obstante, él intentó desde su infancia subsumirlos y retenerlos, ya que eran parte de su temprano alfabeto visual, aquel que le serviría después en la búsqueda de lo que perseguiría de manera casi innata, obsesiva.
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Si la pintura es el modo de extraer de la vida lo milagroso (Milan Kundera), Morillo es ciertamente un agente que hace de ella tal acontecimiento, valorando los caminos del azar como una de las medidas decisivas de su quehacer.
Si, por el contrario, estimásemos su obra como una ontología de su identidad, es que la estamos contemplando como un grito de angustia ante la degradación de lo humano, la irracionalidad del sistema, la desaparición de la aventura. Expresión múltiple de la duda creativa, de la ansiedad plástica, es la historia de un destino que no cesa de crecer y probarse.
Cada experimento, fruto de un anhelo trascendente, es un continuo realizar que debe cuestionar todo resultado y envolverse perpetuamente de nuevas posibilidades.
Independientemente de sus preocupaciones y elecciones temáticas, que son una constante aparecida muy pronto en su trabajo, existe un denodado afán en la revalorización del acto y proceso de crear –de ahí que algunos autores vean en ello una influencia de corte dadaísta- por el propio hecho de optar por una determinada realidad.
“El ser es hacer” existencialista es como el fundamento teórico que le sirve de contexto y de sustrato porque conlleva la razón y conciencia de lo que articula de acuerdo con un abanico de raíz polisémica. De tanto implicarse en la adopción de todo tipo de técnicas y procedimientos, arribó a horizontes que no estaban prescritos. De tanta energía impulsora surgió un inventario simbólico y emblemático.
No faltó coherencia en toda su labor, ni la unidad que la guiaba y corregía, ni la experiencia que la enriquecía. Sus diferentes etapas son muy visibles y permiten apreciar la consistencia y consolidación de cada uno de los hallazgos.
Tampoco deja de recurrir a su personaje por excelencia siendo manchego de origen, ni a sus animales totémicos, a los que les insufla un aura meditabunda e íntima.
Nunca dejará de reconocérsele una filiación estilística propia, tanto como la factura expresionista y el gesto entre lo libre y calculado, la tensión y la cualidad cromática, pero todo ello lejos de consideraciones esteticistas. Parafraseando a David Sylvester, podríamos apostillar que sabe ser un duro sensible sin necesidad de ser estético.
Él no cree, como Clyfford Still, que el acto de pintar, de crear, sea una vía para acceder a lo sublime, sino que se conforma con el fruto de que su dedicación apasionada a un sueño y a la conciencia de su realidad, que es la que está ahí, la que toca y nos rodea, la que marca nuestro existir y nuestras derrotas y pequeñas victorias, se proyecte sobre nosotros, espectadores y habitantes integrantes de ese microcosmos, y nos hable, nos convoque, nos dé una visión y unos valores, unas convicciones y una fe en las necesarias transformaciones.
Porque él, además, continúa ahora su labor de génesis, de construcción de sus mascotas jurásicas, de sus artefactos y artilugios escultóricos, de unas pinturas en las que el color convierte en llamas e incendios, en las que la luz es una exaltación mística y consagrada a su propia gloria.
En su extensa producción no hay atajos o vericuetos, es una impronta auténtica que, coherente con su desarrollo inicial, va tomando una dirección cada vez más pletórica, más llena de exploraciones, exhortos y horizontes. Tiene un gran sentido de la verticalidad y cuando la alcanza, deja que se acueste y se dilate.
Es verdad que él mismo piensa que su meta no ha llegado aún, mas no es cierto, ya que las diversas etapas por las que ha transcurrido han concluido en logros, los cuales, al sumarse, constituyen una fuerza única y una celebración invicta.
Gregorio Vigil-Escalera, en
‘Morillo alumbra la evolución de la materia’, 2016
Imágenes:
Pedro Morillo. ‘El regreso de las brujas’
Pedro Morillo. ‘En libertad’
Pedro Morillo. ‘Reconversión industrial
Pedro Morillo. ‘La gran invasión’
Pedro Morillo. ‘Red’
Texto e imágenes cortesía de Pedro Morillo y Gregorio Vigil-Escalera.
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