La universalidad del rapsoda en Felipe Alarcón Echenique (I)
Introducción al artista
Felipe Alarcón es un artista plástico hispano-cubano que no quiere dejar nada atrás ni se encierra en sí mismo para salvaguardar su alma melancólica en conserva (César Vallejo). Al contrario, sale al paso y escribe de esa melancolía, pero no de la suya, sino la que embarga a su ciudad amada, La Habana, desolada entre la desesperanza, la pérdida de la fe en los grandes ideales y la necesidad perentoria de vivir.
De ahí viene este texto de memorias, evocaciones, historias, fantasías y tantas ilusiones como desilusiones. Acaba siendo un esfuerzo angustioso por expresar lo que sus calles y sus gentes no desean: ya han entregado su existencia o han formado parte de esa diáspora que es irrecuperable porque no consigue sentir el lugar de su retorno. Para el autor, que primero lo visualiza en su mirada, la magia de esta urbe es la melancolía de esa pesadumbre, de la que él se contagia rebelándose, oponiéndose, presintiendo y abogando por el ser cubano, la “cubanía”, como seña de una identidad que continúa sin desaparecer y nunca se extinguirá. Es su acervo y a él no se renuncia.
Por tal motivo, sueña, proyecta, rememora, imagina y se remonta a la gran época dorada de la cultura cubana, de sus, entre otros, grandes artistas y escritores como Lam, Peláez, Portocarrero, Víctor Manuel, Carpentier y hasta el mismo Hemingway, con los que a través de otros personajes reales, aunque sean amigos y desconocidos –uno de ellos, para su gran sorpresa, el que suscribe estas letras- revive encuentros y diálogos impensables.
Obviamente, la melancolía se la atribuye a la ciudad aunque se traslada a él porque como decía Romano Alberti en su Tratado de la nobleza de la pintura, “los pintores se vuelven melancólicos porque, queriendo imitar los objetos, es preciso que mantengan los fantasmas fijos en su intelecto, y así luego pueden expresarlos”. Sin embargo, en su escritura esos fantasmas, esos relatos son fruto de las desilusiones, de los desengaños, de la impotencia y de las frustraciones y quebrantos que sufrió en los tantos años que vivió en La Habana, que fueron los que le desterraron incluso antes de llegar a España, y le hicieron concebir que podía construir otros mundos mejores con sus creaciones artísticas.
Una narración, pues, entre la ficción y la realidad, que se suscita con motivo de sus sucesivos viajes a la isla, en la que se desarrollan los avatares de un ser humano, de un creador, que contempla sus propias contradicciones, pasiones y fabulaciones con una exaltación melancólica, la misma de esa ciudad al borde del mar que siempre lo estará esperando. Y que además no se esconde ni se oculta, se confiesa todo con la razón que busca una salvación aunque sea en el delirio. La lectura nos deparará que la pintura en prosa también es una concatenación visual de amaneceres y ocasos en un Malecón que muy pocos aman tanto como él.
Acometer la semblanza del artista hispano-cubano Felipe Alarcón Echenique es un juego interminable de encuentros, hallazgos, itinerarios, impulsos, bajo una luz poética que se ampara en la sombra para mejor delimitar un fresco artístico de una memoria que no deja de pulsar la forma y sentir su peso.
Estamos ante la figura de un creador plástico fruto de la diáspora e hijo de un origen del que toma toda su expresión, al que nunca renunciará si no es para redimirlo a través de la obra y de su manifestación en ella. Nunca se rinde, está ahí multiplicando espacios e interrogando las fórmulas del mejor entender y saber, unas veces desde el sabor caribeño del ron y de la caña, otras con el humo desolado de la melancolía y de la querencia. Felipe, como el tango, buscaba y busca lleno de esperanzas el camino que los sueños prometieron a sus ansias.
Él, precisamente con esas pesquisas, se erige en un dios de personajes, a los que interpela y después desvela sus secretos, o con los que está en connivencia para que sus sueños más ocultos se materialicen ante nuestra mirada.
Nacido en La Habana en 1966, se graduó en grabado y dibujo en la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro, considerado el centro de su especialidad más antiguo de Latinoamérica y la segunda institución docente más vetusta de Cuba, y que cuenta entre sus diplomados a artistas cubanos de la talla de Fidelio Ponce de León, Tomás Sánchez, Roberto Fabelo, Víctor Manuel y Servando Cabrera Moreno, además de otros muchos. Su plan de formación tiene actualmente una duración de cuatro años, en el transcurso del cual se imparte grabado, pintura, escultura, gráfica, arte digital y cerámica, a lo que hay que añadir un conjunto de asignaturas teórico-culturales. Una licenciatura de prestigio más allá de lo meramente nacional y que constituye una excepcional garantía de futuro para el lanzamiento de una trayectoria artística.
Desde el principio tenía en mente una amalgama que construir para configurar su lenguaje. Poseía esa intuición, tanto plástica como poética –también desarrollaría su versatilidad en la escritura en verso y prosa-, sobre la que haría recaer el esfuerzo de perfilar todas sus potencialidades técnicas. No obstante, durante sus años de formación, sus escarceos en la práctica artística eran embrionarios, consistentes, todavía, lógicamente, en ensayos, pruebas, adquisición de recursos técnicos y conocimientos, perspectivas y el nivel de las dificultades con las que se encontraba. El decreto que decidiría su suerte descansaba aún en los archivos de la noche (Michel del Castillo).
Felipe sobresalió siempre como un gran dibujante, con una predisposición de una precocidad descomunal, en todo porque para él el dibujar era y es descubrir, tal como señalaría John Berger. Y lo que tenía era mucho que descubrir, pero también había atesorado en su memoria visual mucho otro de lo que había descubierto. Y también, como Berger ha dejado escrito, quienes dibujamos no sólo dibujamos a fin de hacer visible a los demás algo que hemos observado, sino también para acompañar a algo invisible hacia su destino insondable.
En sus dibujos, tanto como abre cierra los elementos, individualizándolos y concluyéndolos, lo que sería posteriormente un sello de su obra pictórica. Se decanta por una estética de la línea como definidora de espacios que tienen miles de escenarios y contextos. Así se percibe que la energía, por su propia naturaleza, rompe las fronteras y la función de la estética es construirlas. No tardarán, por tanto, los fondos en diluirse en fuentes de luz sonrosada entre claroscuros mientras el color hace sus primeras piruetas. Aunque esta técnica constituye generalmente la fase previa de la realización artística, en el caso de este autor cumple con los dos cometidos: como obra en sí misma en algunas series y al mismo tiempo como proyecto o boceto para otras.
El año 1995 monta su propio estudio-taller en la calle Obispo de La Habana, en el que se mantuvo hasta el año 2000. También es importante señalar que un año antes, en 1994, ingresó en el Pedagógico Enrique José Varona, en el que estuvo cuatro años, lo cual demuestra su incansable ambición por hacerse con las herramientas básicas y esenciales de lo que anhela como su actividad definitiva y concluyente.
A partir de entonces inicia un nuevo ciclo, en el que la pintura se hace dueña y señora, impone reglas y sumisiones, sin que previamente la transición le haya deparado un esfuerzo agotador o se haya visto sumido en bloqueos, interrupciones, obstrucciones. Nada de eso ocurrió. La mudanza se llevó a cabo con fluidez, como una continuación o desembocadura de rasgos expresivos que no variaron su condición pero sí el alcance de su dimensión, se habían quedado exiguos para los objetivos que debían lograr, los que llevaba implícitos y predestinados en su imbricación plástica.
Poco a poco el taller de la calle Obispo fue dando sus frutos, pasó a ser una referencia en las visitas de muchos extranjeros interesados por lo que artísticamente se estaba haciendo en la isla. Le proporcionaba los recursos justos en relación a las graves deficiencias y carencias de aquel periodo. No obstante lo cual, su vida la encontraba sin horizontes, estrecha, asfixiante, con intensos desajustes entre lo que sentía, la libertad que deseaba y la rutina empobrecedora, precaria, ideologizada y castradora que lo inundaba todo. Y ello a pesar de que en 1996 fue finalista del Salón Fayad Jamis de la Casa de la Cultura de Alamar (La Habana) y Premio 150 Aniversario de Máximo Gómez del Museo de La Ciudad de La Habana.
En 1997 se produce su proyección internacional con las presentaciones en Puerto Rico (galería Palmil) y Reino Unido (Agencia de seguros Fleming), sin olvidar sus muestras en el Complejo Turístico-Militar Morro-Cabañas y en el hotel Nacional de La Habana.
Durante 1998 expone por primera vez en Madrid (sala Catarsis), en la que estuvo presente, y en Verona (hotel Firense), sin omitir las habituales en La Habana (sala África y galería Orígenes). Repite en Italia en 1999, en la galería l´l Punto de Bolonia y en La Habana, esta vez en el Salón Solidaridad del hotel Habana Libre Tryp. También durante esos años participa en varia colectivas en Santiago de Cuba, Guatemala, La Habana, Madrid e Italia (Bolonia y Roma).
En 1998 su vida toma un rumbo inesperado al conocer al italiano Silvio Girelli, el cual presentó a un concurso la obra que le adquirió, obteniendo el Copa Zeus de Italia. Se anima a viajar a Italia y España con motivo de sus exposiciones en ambos países y como resultado de la visita del Director de la Universidad Popular de Extremadura, José María Guzmán, a su galería de la calle Obispo, se establece una relación firme que es fundamental para su trayectoria posterior. Convencido y animado, se va a tierras extremeñas, en donde le regularizan su residencia en España, reside en Badajoz, trabaja como monitor de artes plásticas y vive en un piso sufragado desde diciembre de 1999 hasta mayo del 2000. Bien es verdad que después de su llegada a esta ciudad se produjo otra crisis depresiva, su separación matrimonial y su retorno provisional a Cuba. Pero todavía tuvo tiempo de quedar finalista en 1999 del LXVI Salón de Otoño de Madrid.
Con motivo de la venta de varios dibujos a un español y madrileño, Jesús Del Bosque, y su valiosa ayuda para su exposición en la galería Catarsis de Madrid, en la que vendió toda la obra expuesta, además de la obtención del premio en Italia, que le facilitó el que el hotel Firenze de Verona adquiriese una importante parte de su producción para su instalación en sus dependencias, tomó la decisión de radicarse en España, en concreto en Madrid a partir del 14 de diciembre de 2000 y después de su exposición en la sala de Fiduculli, en Sicilia. Por tanto, a partir de ahí resuelve afrontar otra singladura desde su vertiente vital y social –ya estaba libre de todo compromiso conyugal- a la artística. No le fue fácil, los primeros tiempos se hicieron duros en esos principios de siglo, pues no contaba con muchas amistades y el camino de la diáspora sin más recursos que sus propias dotes se hace terriblemente áspero, cargado de soledades y de nostalgias.
(continuará)
Gregorio Vigil-Escalera
Imágenes:
Felipe Alarcón. ‘Paisaje de ciudad’, 2009
Felipe Alarcón. ‘Amor cubista’, 2014
Felipe Alarcón. ‘El jardín de los sueños expresionistas’, 2013
Felipe Alarcón. ‘La aberración de la conciencia’, 2013
Felipe Alarcón. ‘Aries, el viaje incansable’, 2013
Felipe Alarcón. ‘Trópico I’
Texto e imágenes cortesía de Felipe Alarcón y Gregorio Vigil-Escalera.
Leer 'La universalidad del rapsoda en Felipe Alarcón Echenique' (II). Diáspora y culminación
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