Gregorio Vigil-Escalera escribe sobre la serie ‘Mestizos: de Aponte a Belkis Ayón’ del pintor Felipe Alarcón (I)
En la actualidad ya no hay razas puras. Se habla del mestizaje, pero mestizos lo hemos sido siempre, pues ya sea próximo o remoto, ha originado, como señala Julián Husley, un aumento de la variabilidad por la producción de un gran número de recombinaciones no existente hasta entonces, comple-tamente diferentes, sea de los tipos originales, sea de los intermediarios entre ellos. Por lo tanto el que el mestizo sea en ocasiones un ser inferior es debido a causas sociales y no biológicas.
Todo grupo civilizado, añade Ralph Linton, ha sido híbrido, por lo tanto es falsa la teoría de que los pueblos híbridos son inferiores a los de pura cepa. En consecuencia, es así como al mestizaje se le considera beneficioso y como causa originaria de nuevos tipos humanos.
No se tuvo en cuenta que en la mitología griega, Mestizo era una hija nacida de Océano y Tetis, pertenecientes a la primera familia divina de los Titanes, antepasados de los humanos. También se llamaba con este nombre a la primera de las diferentes esposas de Zeus, que poseía más sabiduría que todos los dioses y humanos reunidos.
Sin embargo, los mestizos cubanos estaban situados en otra dimensión mucho más precaria, la derivada de la esclavitud y de la servidumbre, aunque su nacimiento ya en la isla habría de implicar un cambio de su estatus.
El fenómeno del mestizaje –de blancos peninsulares y criollos, negros esclavos y libres, mulatos y culíes chinos- fue acentuándose en la medida que el criollismo adquirió la máxima preponderancia –la lucha entre criollos y peninsulares se manifestó desde la primera generación de aquéllos- en la conducción de los destinos insulares. A finales del siglo XVIII, explicó J. Mañach, la conciencia criolla de Cuba había adquirido ya ese sentido de relatividad, de condicionalidad, que le permitiría, en la entrante centuria, movilizarse contra el imperialismo de las ideas, del poder y de la explotación, en busca de su propio cauce histórico. Es decir, de su propia cultura.
Pero también es cuando se producen las primeras manifestaciones culturales mestizas y entre ellas la pintura del mulato José Nicolás de la Escalera, que se
caracterizó por su estilo barroco, o la de José Antonio Aponte, un criollo negro tallador y pintor, que encabezó un levantamiento a principios del siglo XIX contra la esclavitud y la falta de libertad y que desembocó en su ejecución.
De marcar un hito en el inicio cronológico de esta singladura plástica que ha proyectado Felipe es el relativo a la visión que nos da de los primeros rostros, el de Aponte y el de Maceo, dos figuras de leyenda que se configuran en un primer plano rodeados de una realidad poblada y vívida. Esta línea de organización y construcción pictóricas se ajusta sucesivamente y secuen-cialmente a todas las piezas de la serie. No incurre en exaltación ni enal-tecimiento, sino en el planteamiento de una sabia estructuración de las exigencias creativas de un discurso visual basado en la rememoración, la intensidad, la precisión y la reivindicación de la raíz y el origen de un mestizaje del que toda la humanidad forma parte.
Para Felipe, en definitiva, el mestizaje va tomando forma con el movimiento y el devenir, y tanto es histórico como geográfico. Además es múltiple y su pluralidad nos defiende de toda tentación de unidad y totalidad.
Es más, la elección de ciertos componentes matéricos –tierra, arena, vino, colorantes, tintas, barnices, café, en ocasiones tabaco- con los que construye en cierta medida la obra, son pedazos de sí mismos, fruto de un estado de espíritu, de un modo de ser, de un vínculo con lo telúrico insular incardinado en lo más profundo de su ser y el de ellos.
Con tales ingredientes amplía considerablemente sus planteamientos en orden a la mayor potencia expresiva, máxime su ontología se corresponde con la humildad y al mismo tiempo la fertilidad orgánica de una tierra que nunca fue de promisión. (Imágenes cortesía de Felipe Alarcón)
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