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Venancio Sánchez Marín (1921-1995) y la crítica de arte.

Catálogos de exposiciones

Juan Barjola en la Sala de Exposiciones

de la Dirección General de Bellas Artes.

Madrid.

Marzo de 1963.

Texto de Venancio Sánchez Marín

Coincide la gran exposición, la extensa muestra de la obra de Juan Barjola, con un momento en que, de casi todas partes, llegan voces que declaran terminada la etapa de vigencia de ciertas formas pictóricas, especialmente de aquellas que hemos dado en llamar, paradójicamente, informalistas.
 
Suponiendo cierta la prescripción de dichas formulaciones, parece evidente que hemos de buscar, en nuestro entorno artístico, las razones por las que comienzan a considerarse caducadas. Y no nos satisfacen algunas de las explicaciones que vienen aportándose para aclarar la cuestión. No creemos, por ejemplo, que el informalismo haya acabado, o esté a punto de acabar, a causa de su propia facilidad o de su extremada prodigalidad. Ni el hecho de que la pintura no figurativa sea de más fácil ejecución, ni la abundancia masiva de sus cultivadores, son razones que justifiquen, de manera convincente, su agotamiento. Nunca las expresiones plásticas han prescrito en virtud del dominio sobre ellas ejercido, ni se ha apreciado su vigencia en relación a la rareza de los artistas que las formulaban. Las formas han sido abolidas siempre cuando otras, potenciadas por una más legítima actualidad, decretaban su derogación.
 
Tendríamos, pues, que buscar la presunta prescripción de las “fórmulas de la informa”, en el probable auge de otras manifestaciones del arte actual, de otra índole de formulaciones que se apresten a realizar la sustitución, respondiendo con mayor pujanza a la demanda del tiempo en que vivimos. Exposiciones como la que ahora lleva a cabo Barjola nos hacen pensar que la sustitución puede hallarse en curso y que el relevo puede corresponder efectuarlo a la denominada “nueva figuración”. 

Esta tendencia, en efecto, día a día viene acreditando una gran vitalidad y una indudable adecuación temporal.

 

Sobre lo que se entiende por “nueva figuración” se han acumulado diversas interpretaciones confusas. La nueva figuración no se justifica como un movimiento de retorno desde la abstracción o el informalismo. Tampoco puede justificarse como una mera prolongación, puesta al día, del arte representativo. La nueva figuración no es ni un arrepentimiento ni una supervivencia. Los artistas que regresan de las experiencias de la abstracción o la informa no aciertan a situarse con naturalidad en el neofigurativismo. Los que violentan su condición representativa, para incorporarse a esta tendencia, tampoco consiguen ocupar con desenvoltura esa zona específica donde el neofigurativo se produce.
 
La condición más acusada de la nueva figuración es una manera de ser espontánea. Y espontáneo es, como decía Juan Ramón Jiménez, “lo conseguido sin esfuerzo”. Es, pues, una manera de moverse con libertad y con comodidad incluso en las vecindades de la abstracción, sin dejar por eso de transportar un cargamento de realidades objetivas, identificables, propias de un humanismo que hace comunicables sus acciones o sus pasiones por medio de la alusión inagotable de la imagen del mundo.
 

Niño con caballo.

Esta tendencia, que tan vigorosa se muestra hoy –y de la que la pintura de Barjola es uno de los exponentes más dignos y logrados en nuestro momento-, parece estar reservada exclusivamente, al menos en la plenitud de su espontaneidad- a los artistas que han nacido en la neuva frontera, en la cual lo que se entiende por “abstracción” y lo que se denomina “figuración” ya han establecido un modo de entendimiento y han pactado un sistema de coexistencia. De hecho, para estos artistas, como para Barjola, este lugar fronterizo se ha transformado en un lugar autónomo, que no puede ser confundido con una simple línea divisoria de regresión o de acceso. Es un nuevo país, que se revela extraordinariamente vasto, donde ya la figuración y la abstracción no disgregan sus posibilidades, sino que se integran en la búsqueda conjunta de una misma realidad potenciada por el arte.

 

La pintura de Barjola, dentro de la amplia zona actualmente ocupada por el neofigurativismo, mantiene, como características comunes con esta tendencia, el entendimiento –en cierto modo respetuoso- con los valores casi absolutos aportados por las experiencias formales del arte abstracto y, a la vez, manifiesta un irreprimible impulso que le induce a exprimir la expresividad de las formas identificables o representativas.

Su arte, que hemos procurado situar para una mejor comprensión, en el orden genérico que le corresponde dentro de la pintura actual, es, no obstante, poseedor de particularidades diferenciales que le hacen inconfundible. Desde luego, han sido estas peculiaridades las que vienen atrayendo sobre sus obras la máxima atención, y no su adscripción a una tendencia determinada. Este pintor se ha manifestado, en un relativamente corto transcurso de tiempo, como dotado de entidad suficiente por la extensión y por la intensidad de su obra, para reconocerle condiciones singulares. Barjola ha pintado mucho, y lo ha hecho con una densidad apretada, con una desconcertante unidad, reveladoras de que, en lo fundamental, su arte ya posee todos los rasgos definitivos y definidores.

 

Tales condiciones demuestran que en él la inquietud no es versatilidad, sino constancia superadora; de que una vocación insobornable le ha hecho concentrarse por entero en su labor creadora, y de que, merced a l raro privilegio de un gran talento plástico, ha sabido distinguir claramente cuáles son hoy los problemas trascendentales de la pintura. Su renuncia a los efectismos fáciles y a la tentación de los nuevos materiales, y esa contención cromática suya, que no excluye un profundo dominio de las gamas; esa aplicación de la pasta, tan espontánea y sensible, obedecen a una necesidad de no perturbar extrañamente el ámbito de su realidad creacional con alardes que disminuyan la eficacia impresionante de su pintura.

La atención que ha recaído sobre la obra de Barjola se prueba recordando que su primera exposición importante –la verificada en el Ateneo, hace un par de años- obtuvo el Premio de la Crítica. Y que, recientemente, le ha sido otorgado el Gran Premio de Pintura en el I Certamen Nacional de Artes Plásticas. El Premio del Ateneo, juzgado por los críticos de arte, en la línea más distinguida de la joven pintura española; pero ha sido su reciente Gran Premio, logrado en competencia con muchos de los mejores artistas actuales, el que ha dado a su obra un brillante espaldarazo nacional.
 
Entre su exposición del Ateneo y ésta, el arte de Barjola ha ido creciendo en categoría. A la vez, ha ido desplazando su preocupación inicial por conceder a la ordenación pictórica del espacio una supremacía sobre la expresividad de su mundo figurativo. Su pintura respondía primordialmente entonces a un propósito analizador de las dimensiones espaciales. Las grandes manchas contrastadas, el escaqueado irregular de sus cuadros, en los que las figuraciones difícilmente se identificaban, mostraba más su preocupación por establecer la interdependencia de los espacios que la autonomía de las representaciones. Actualmente, en los cuadros que ahora muestra, sin que, de ninguna manera, se eludan los problemas de la dimensión, aparecen como desbordados por una cálida expresividad. Este desplazamiento dentro de un arte tan notablemente fiel a sí mismo, como es el de Barjola, se ha efectuado de manera progresiva e irreprimible. Barjola no ha buscado la expresividad: la ha encontrado inevitablemente.

Mujer con perro.

Se puede, a partir de aquí, encontrar la clave humana de la pintura de Barjola. El desplazamiento de su pintura desde la supremacía de lo dimensional al predominio de lo expresivo, dentro de un arte que, en lo esencial, ha permanecido invariable y que conserva una permanente fidelidad a su mundo de imágenes, tiene que ofrecernos la ocasión de considerar que existe un motivo poderoso que, humanamente, le ha impulsado a ello.
 
Tiene que ser la irreductible condición popular de Barjola, hombre que camina por la vida con el paso tenaz, con el paso ciegamente esperanzado que ha hecho famosos a los extremeños, lo que le obliga a destacar en sus figuraciones algo más entrañable que su mera situación en el espacio. El haber recorrido mucho campo desamparado, el haber vivido y convivido en el desamparo, quizá mayor, de las ciudades ha impregnado su pintura de una grave sabiduría vital. Todo lo que en su mundo figurativo aparece como algo familiar y directo implica más conocimiento que reconocimiento. Es decir, la propia realidad le ha impulsado a situar a los seres y las cosas, más que en el espacio, en la vida.

Miedo.

Mujeres tocándose.

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