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Venancio Sánchez Marín (1921-1995) y la crítica de arte.

Crónica de Madrid

Goya. Revista de arte. Nº 30, mayo-junio de1959.

 

Crónica de Madrid por Venancio Sánchez Marín.

Pintores y arquitectos pensionados en Roma.

 

El paso por la Academia de España en Roma de los artistas pensionados constituye uno de los espaldarazos más importantes que reciben en su carrera. Durante los años de permanencia en Italia tienen oportunidad, además, de airear conceptos y contrastar resultados. Roma, aparte de ser lección todavía viva de pasados esplendores, es lugar donde se toma bien el pulso al arte actual. Allí se siente la percusión de las modernas tendencias sin tanto escándalo como en parís, pero con un ritmo de mayor responsabilidad ente el pasado y el futuro.

 

Tiene razón Lafuente Ferrari cuando afirma que “si la pensión de Roma no añade talento a quien no lo tenga, tampoco se lo quita al que lo posea”. El paso por Roma para el artista de talento cuenta, por lo menos, como una rica e inolvidable experiencia, que podrá o no afectar profundamente a su arte, pero que siempre contribuirá a su madurez y a ampliar los límites de su particular horizonte.

 

No es creíble que a estas alturas pueda uno lícitamente pensar si resulta o no beneficiosa la permanencia en Roma, durante años, de un joven artista español y actual. Cada vez se va viendo más claro que ningún artista debe –ni puede- encontrar la respuesta a todas las preguntas dentro de sí mismo, en su cerrada intimidad. Todo artista –lo quiera o no- se halla irremisiblemente abierto a influencias de tradición y ámbito cultural, a los que ha de imponer, en lucha consciente o inconsciente, su personalidad. Desde este punto de vista tiene importancia que durante algún tiempo labore en Roma y no en otra ciudad del mundo. El rigor de las normas –sobre todo si se aspira a romperlas- y el estudio de momentos estelares del arte de otros siglos, ejercen allí un valioso ejemplo para quienes de veras pretendan sobresalir en nuestro tiempo. Y no se trata de ningún servilismo al pasado ni del sacrificio de ningún signo actual. Se trata de sentir con plenitud el estímulo de las grandes obras anteriores para que despierten las grandes ambiciones actuales. Y se trata también, por el contrario, de reducir el exceso de soberbia de nuestra época con unas comparaciones que puedan resultar tan beneficiosas como un baño de humildad.

 

La última promoción de pensionados, pintores y arquitectos, de vuelta de la Academia de España en Roma, ha presentado sus obras en el Círculo de Bellas Artes, ofreciendo una de las exposiciones más interesantes de la temporada. Tres pintores y dos arquitectos han dado pruebas de la madurez alcanzada, la solidez de su formación y la fidelidad a sus personales concepciones artísticas. Siguiendo el orden en que figuran en el catálogo, empezaremos a hablar del pintor catalán José Beulas. Sus paisajes han causado sensación. Tiene la silente grandiosidad de los de Vaquero, a quien, a veces, inevitablemente recuerdan. Recrean el tema italiano de las ruinas y de las viejas ciudades: Valle de los templos, Coliseo, Foros y paisajes de Cremona, Palermo y Florencia. Y también las tierras españolas, sobresaliendo un Toledo, que es una de las interpretaciones pictóricas de la ciudad del Tajo más impresionante que hemos visto. Si buscáramos un color como protagonista de los cuadros de Beulas lo encontraríamos en un gris atmosférico que envuelve el conjunto de los dieciocho lienzos exhibidos. La técnica compositiva de acumulación de edificaciones, parecida en cierto modo a la empleada por Redondela, se manifiesta en varios de ellos, los más interesantes, aunque no los mejores. En estos paisajes la luz entona transparencias de ciudades sumergidas en el tiempo y en el espacio, y piedras y arquitecturas funden sus límites en un bello reino ambiguo entre la precisión y la imprecisión.

Javier Carvajal y José Mª García de Paredes.

José Beulas.

Si en Beulas el gris de la atmósfera es el color que unifica más o menos perceptiblemente sus paisajes, en los cuadros del madrileño Francisco Echauz los netos y definidos protagonistas son los pardos. Echauz es el más sobrio y denso de los tres pintores pensionados. En sus obras gravita cierta pesadumbre rectangular. Pinta las arquitecturas italianas con visión próxima y maciza a la que los pardos comunican su sólida simpleza. Posee este pintor el sentido de la gravedad, de la ponderación. Las formas, especialmente las arquitectónicas, pesan gravemente en sus composiciones. Hasta en cuadros como su Tiovivo romano, pintado magníficamente, la impresión circular aparece contrarrestada por una quietud aplomada que aparte la idea del movimiento giratorio. No es casualidad que cuando Echauz toca el tema taurino se sienta atraído por el quietismo de Don Tancredo. Un don Tancredo que no echa en la plaza raíces de valor, sino cimientos de pesadumbre.

 

También –y de qué modo- los cuadros de Rafael Reyes tienen un color protagonista: el negro. El negro “envenena” la pintura de este artista y es base de su singular personalidad que se está traduciendo en una obra inconfundible y a la que hay que prestar la máxima atención. El negro no es en os lienzo de Reyes línea de contorno o aislamiento, sino de conexión, de ensambladura, que conjunta figuras, arquitecturas y objetos ambientales. La gracia abigarrada de estos cuadros sería colorista, casi verbenera, si el negro no la transformara en seria alegría. De Italia ha traído Reyes obras con fuerte sabor local, con máscaras, antigüedades y bicicletas. Igualmente los paisajes urbanos, con construcciones cuyo equilibrio se vence a medias, nos introducen en una línea de recreación de motivos italianos muy actual.

 

De los arquitectos Javier Carvajal y José M. García de Paredes ha de hablarse conjuntamente. En colaboración, son autores del Panteón de los Españoles, en Roma, y del Pabellón de España en la XI Trienal de Milán. De ambas obras han presentado documentos que demuestran la belleza sobria y elegante, y las soluciones de simpleza y eficacia decorativa, de la arquitectura de nuestros días.

 

 

La pintura plena de Zabaleta.

 

Después de varios años de ausencia, la pintura de Rafael Zabaleta ha vuelto a comparecer en Madrid. La sala de la Dirección General de Bellas Artes ha acogido el medio centenar de pinturas y dibujos con que este gran pintor ha dado nuevamente señales de la vida artística. Zabaleta, uno de nuestros artistas actuales de mayor proyección universal, es, a la vez, uno de los que más buscan y encuentran el secreto de la expresión española. A diferencia de Solana, que hallaba esta expresión con amplitud de márgenes, Zabaleta la cierra como un disco rayado –redondamente rayado- en su mundo campesino o pueblerino. Siempre que se habla de Zabaleta se recuerda a Quesada, el pueblo de la provincia de Jaén donde nació, y donde pinta cuando no está en París, asomándose al arte universal. Pero Quesada, aunque sea una concreta realidad en la pintura de Zabaleta, también es un bravo símbolo español. Quesada, si bien se mira, puede ser media España: la media España que monta en carro y trabaja bajo el sol, o se endominga para asistir a la procesión o para escuchar la banda de música. Quesada puede así proporcionar un tema casi único a Zabaleta Después es el arte de este pintor quien lo colma y lo hace trascender a un plano que, sin perder gracia local, admite más amplio significado. Zabaleta realiza la trascendencia de los que es popular e incluso ingenio por medio de un expresionismo que ha sido certeramente definido por Luís Felipe Vivanco como construido y cerrado. Queda de esta manera resuelto su arte en una fórmula antiimpresionista, pero no intemporal. Toda su pintura se encuentra detenida en un presente pleno, y tan vital, que estallaría si no fuera porque el dibujo, con rotundidad geométrica, cierra toda posibilidad de evasión. Por la temporalidad plena y presente de sus lienzos, es el único pintor español que nos recuerda la expresión temporal del arte musulmán, y a este recuerdo le ayuda mucho la característica tipología de sus campesinos. Junto a sus pinturas, que incluyen composiciones de animales, plenas asimismo de cuervos, cabras y gatos, con alacenas llenas de objetos y cacharros, expone una serie de dibujos de desnudos de gran interés por su vigor naturalista.

Francisco Echauz.

Rafel Zabaleta.

La pintura inmensa de Pancho Cossío.

 

La reciente exposición celebrada por Pancho Cossío en la sala de la calle Santa Catalina, del Ateneo, mantiene vigentes sus hallazgos anteriores, tanto en la matemática como en la técnica pictórica, dentro de su personal arte de transparencias y veladuras. Compoteras donde los dulces afinan sus calidades, frutas abiertas y alguna que otra tempestad marina se hallan en esta pintura igualmente inmersas en un aire denso como el agua o en un agua transparente como el aire. La pintura de Cossío es una original aportación al arte moderno. Su peligro hubiera estado en incurrir en deformaciones esfumantes; su salvación ha sido la nitidez y la finura última de sus calidades reales. Así puede permanecer intacta la realidad, a pesar de su inmersión en la poesía o el ensueño. Inmersión en luces glaucas y veladuras semifantasmales de aparente irrealidad y de fragilidad engañosa, que es superada por la precisión en las figuraciones y en su substancia íntima. La precisión en el matiz puede llegar a hacer que, por ejemplo, en uno de esos compotier que pinta Cossío, importe menos que el color denote la realidad de su contenido como que éste en primer lugar nos revele su dulzura. Por eso, tal vez, sus bodegones de frutas las muestran abiertas, más zumo que pulpa. Para ello es preciso que el pintor esté en posesión de un lenguaje plástico de gran eficacia que logre que los efectos no se detengan en los límites visuales o táctiles, sino que, además, comuniquen la impresión del sabor de jugos y sales.

 

En Pancho Cossío es sorprendente, por otro lado, la afición a las tempestades marinas de gran estilo. Sus tormentas, sus olas y fragatas tienen un tono quizá excesivamente alto –como de barcos fantasmas- que no llega a sonar a música de ópera porque un misterio vaporoso envuelve y asorda todo lo que aquí no sea puramente plástico.

 

Henry Moore.

 

Presentado por el British Council y organizada por la Dirección General de Bellas Artes, una gran exposición de obras del escultor inglés Henry Moore ha dado la medida de la potencialidad creadora de este artista, cuyo nombre posiblemente sea el que más suene en la valoración de la escultura universal de nuestros días, especialmente desde que en 1948 obtuvo el primer premio de la bienal de Venecia. Se ha pretendido en esta exposición abarcar el panorama completo de las realizaciones de Moore, para lo cual se han aportado obras muy diversas en cuanto al estilo y que corresponden a una cronología muy amplia. Desde el naturalismo de la Figura reclinada de 1927 a la Figura de cuerdas número I que llega a penetrar en la abstracción geométrica, el estilo de sus esculturas experimenta cambios que rompen el proceso unitario de la evolución de sus creaciones. A pesar de ello, toda la obra de Moore está presidida por un mismo aliento poderoso que calificaríamos de humanístico, De estas esculturas, tan diversas en las formas aparenciales, cabe decir, con retórica napoleónica, que desde ellas cuarenta –y aún más- siglos de civilización o civilizaciones nos contemplan. Egipto, en la sobrecogedora dignidad de las figuras Rey y reina, y Grecia, en la Figura reclinada vestida, son fuentes inequívocas de inspiración, aunque desbordada por la imaginación moderna. Por este camino podría llegarse lejos en las sugestiones del arte de Moore. Podría incluso evocarse a Arstófanes ante la animalidad retorcida y humana de la Cabeza de animal. También se manifiestan otras constantes en sus obras. Una es su obsesiva explotación del vacío, que a veces llena desde dentro con formas fetales como en El yelmo, y la más ligera, descarga las grandes masas con huecos sólo plenos de aire y paisaje. Otra constante es la actitud reiterada de sus figuras reclinadas. Es casi una infinita variación sobre el mismo tema. La trayectoria de estas figuras, desde la primera expuesta –la de 1927- a la realizada para la U.N.E.S.C.O., en 1958, constituye un apasionante estudio de depuración y transformación.

Henry Moore.

Bernard Buffet.

Artistas franceses.

 

En la Galería de San Jorge ha sido expuesta una interesante colección de pintura francesa actual, en las que destacan varios óleos y dibujos del famoso Bernard Buffet. Sobre ellos se ha concentrado principalmente la atención de los curiosos, que han oído campanas en torno al nombre de este virtuoso del grafismo y quieren comprobar si su repique ha sido justo o injusto, falso o auténtico. Es de suponer que nada habrán aclarado y que la discusión continuará. Buffet tiene el mérito indiscutible de representar lo más nuevo en cuanto se refiere a sugestiones o estados de ánimo pictóricos. El, desde su pintura, también como la de Sagan, saluda a la tristeza con unos grises y desalentados buenos días. Corresponde su arte a una expresión de juventud que ya no tiene el coraje de sentir “angustia existencial” y se limita a dolerse con cierta indiferencia de las molestas situaciones de la vida. De ahí que Buffet, tan representativo del momento como virtuoso de grafismo y el alambre, no produzca heridas hondas, sino, a lo sumo, arañazos de alfiler. Entre los tres cuadros aquí expuestos, uno es francamente bueno –un paisaje con casetas de playa en ambiente gris, sin color y sin materia apenas-. Otro –una gran mariposa- es sólo regular. Pero es el tercero el que pincha y provoca la discusión. Representa un torero y es, en verdad, un maniquí afectado con su poquito de contenido psicológico. Al cronista le parece simplemente un cuadro antipático y le divierte imaginar la perplejidad, por ejemplo, de El lechuga ante este colega suyo en versión francesa.

 

También se destacan en esta muestra de artistas franceses los cuadros de Jean Carzou. Pintados con una técnica extemporánea, cromática y brillante, introduce en ellos elementos inquietantes, como son espinos, alambres y ramas caídas, adoptando una forma de subrrealimo que en nada se parece a la de Chirico o Dalí. Del resto de los pintores, Serge Angel, también subrealista, pero más “ortodoxo”, y Miche Remy-Bieth, neomodernista son los de obras menos importantes, aunque Remy-Bieth tiene acusada personalidad. Henry Bosco empasta mucho y bien sus cuadros Tiene unos gatos y un arlequín a caballo preciosos de calidades. Jean Brisson ha presentado un cuadro grande, muy claro, de toros o búfalos en una pradera amarilla. Y, por último, Loïc Dubigeon muestra una serie de bodegones expresionistas, en tonos oscuros, grises, negros y algún ocre, de quinqués, barcas, cabezas de mujeres y pájaros enjaulados.

 

Enrique Segura.

 

Tenemos en Enrique Segura uno de los cultivadores más afortunados del difícil género del retrato, para el que se halla excelentemente dotado. La mayoría de las obras que ha expuesto recientemente en la sala Macarrón son retratos de conocidas personalidades españolas, en los que no cabe desorbitar parecido o actitudes en nombre de ningún extremismo artístico. Enrique Segura no se complica con ninguna de las tendencias últimas, sino que se atiene a la fidelidad evidente de los modelos, Sus pinceles se recrean con facilidad en la figura y su contorno, salvándola de toda distorsión característica Por eso, sin duda, esta pintura cuenta con muchos adeptos en un núcleo social que conserva el culto a las expresiones aparenciales en su normalidad. Siempre hemos considerado dudoso que las damas y caballeros del mundo de la aristocracia, las finanzas y la élite social dieran con gusto su conformidad a ser retratados por Picasso, por muy genial que éste sea. En el retrato –en nuestro retrato- todos somos un poco conservadores. Es la única manera de pasar a la posteridad, tal vez sin causar admiración, pero con la seguridad tranquilizadora de que tampoco causaremos espanto o risa. Enrique Segura es un pintor honesto y de limpia intención que sabe hacer resaltar la dignidad o la belleza de sus modelos. Y también profundizar en la intimidad del carácter, como lo prueban retratos tan conseguidos como el de don Fernando Ponce de León. Complementa los retratos con diversos bodegones y composiciones –entre las que destaca un Monje de blancos hábitos- y con unos paisajes que, para nuestro gusto, contienen los más logrados y espontáneos rasgos de su pintura.

Lauren Cardiel Parda.

Enrique Segura.

Julio Pascual.

 

Con este pintor, que ya no es joven, pero cuya obra tiene lozanía e independencia, se experimenta la grata sensación de encontrarse ante un realismo nada académico y ante un impresionismo casi ingenuista. Esta es la doble vertiente de la obra de Julio Pascual presentada en el Círculo Catalán. El realismo ciudadano y dinámico de Barcelona queda recogido en los numerosos dibujos a xilostilo, los cuales son lo más personal de su arte. En ellos Julio Pascual no se parece a nadie y, en cambio, Barcelona se parece extraordinariamente a Barcelona, que es lo que el artista pretende con celoso amor. Son estos xilostilos notas, luego ligeramente coloreadas, de caudaloso movimiento, y por las que fluye todo el vitalismo urbano catalán. El palillo de madera ha trazado con desenvoltura las líneas de los edificios, árboles, vehículos y transeúntes y las tintas robustecen los efectos con precisión y sinceridad en el toque del ambiente. En sus cuadros al óleo se muestra más claramente la segunda vertiente de su arte, cuando persigue impresiones de luces nocturnas con ingenuista delectación. Los nocturnos de la ciudad, los balcones encendidos y las luces girantes de las verbenas tienen en Julio Pascual un fervoroso intérprete de gran valentía en el colorido e indiscutible personalidad en el dibujo.

 

Lauren Cardiel Parda.

 

El interés manifiesto que despiertan las creaciones de la joven artista segoviana Lauren Cardiel Parda estriba, principalmente, en su espontánea aversión a cualquier mimetismo. El marqués de Lozoya, en el catálogo de la exposición que esta pintora ha celebrado en la sala de la librería de Fernando Fe, nos dice que es casi una autodidacta, aunque aprendiera el oficio en el estudio de don Eduardo Peña- En efecto, su obra no parece recibir ningún influjo directo. Mas no por eso se dispersa o precipita en improvisaciones sin freno ni medida. Al contrario, la ponderación y el buen sentido mantienen sus cuadros dentro de un grato figurativismo, en el que hay rigor sin dureza y emoción vital sin estridencias ni complicaciones. Conoce bien la técnica –su técnica- y se sirve de ella de manera armoniosa y discreta. Ofrece especial interés la forma de empastar los fondos, con materia densa y picada que contrasta con las superficies lisas de las figuraciones.. Entre las catorce obras expuestas –paisajes, bodegones, composiciones y floreros- llama la atención la elegante modernidad de los retratos femeninos, así como el acierto de los bodegones, dos de los cuales, con cacharros claros de cerámica, son piezas pictóricas de extraordinaria gracia y perfección.

Julio Pascual.

Cristino de Vera.

Peyrot, pintor del sol.

 

El pintor italiano Peyrot, además de unas bellas aguadas sobre temas circenses, en las que a la gracia y la delicadeza une una técnica sugestiva, ha expuesto en la sala de la Dirección General de Bellas Artes cerca de treinta cuadros de una pintura terriblemente soleada y meridiana. En estos lienzos el sol arranca chispas a los blancos, y sombras negras, como espadas, hieren los amarillos. Los campos de Castilla, cruzados por larguísimas perspectivas de carreta, tienen un cielo blanco y un sol redondo igual que una naranja o un disco amarillo limón No hay un árbol que se apiade de los camiones. Y en los pueblos encalados pasan, entre el fuego blanco, las sombras violentas de las mujeres. Realiza Peyrot una pintura de tintas planas y contrastes duros, y su dibujo es de línea siempre recta y siempre quebrada. El dibujo ejerce en estos cuadros una tiranía absoluta. El color está presente con intensidad, pero nada lo envuelve, ni el aire ni la luz. Está simplemente, recortado en contrastes de dureza despiadada, que abren lejanías con grietas de sombra negra. De este modo hasta la reverberación del cielo se consigue con quebrados rayos amarillos. Los paisajes de Peyrot, sus composiciones de carromatos, tartanas y la curiosa Serie estética del tranvía, así como sus figuras, tienen todos el mismo signo, de insolación potimpresionista. De todos los cuadros nos parecieron los mejores el titulado Camión –por su mayor densidad pictórica- y algunos otros de carretas en huida hacia el horizonte.

 

La austeridad de Cristino de Vera.

 

No cabe duda de que el pintor canario Cristino de Vera, que aún no ha cumplido la treintena, está situando su nombre en un lugar adelantado de la joven pintura española. Merecidamente, desde luego. Porque pocos pintores han aparecido en los últimos años con un contenido más profundo y espiritual que él. Ahora está de moda hablar de austeridad en arte. Hay un gran número de pintores austeros. Lo son todos los que eliminan el color –y el riesgo- y simplifican las formas –y eluden sus dificultades-. Pero sospechamos que en ellos la austeridad es un signo externo de pobreza. Austeros desde dentro, como Cristino de Vera, lo son pocos. A Cristino de Vera se le conoce la austeridad auténtica en que no pretende imponerla por encima de todo, y, a pesar de ello, sus cuadros están traspasados de simplicidad. En la exposición recientemente celebrada en el Ateneo-que es continuación sin fisura de la que hace aproximadamente un año celebró en la sala Alfil- hemos visto como introduce siempre otro colorido en sus pardos y ocres de arpillera y estameña. Pero el azul se le queda tímido, y el carmín, silencioso. Su pintura gana con ello en unción espiritual y en sobra armonía que va bien a las figuras hieráticas, largas, que levantan los brazos o sostienen una florecilla, un tazón o una escoba del mismo modo que pudieran sostener o levantar una preocupación ultraterrena o un poema místico. Entre los cestos de mimbre seco, las florecillas pobres y franciscanas, y las mujeres de sufrido sayal, unos pocos retratos de carácter acusado son la demostración de que su austera pintura no responde únicamente a una fórmula hábil y repetida, sino que está abierta a las más diversas posibilidades.

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