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Venancio Sánchez Marín (1921-1995) y la crítica de arte.

Crónica de Madrid

Goya. Revista de arte. Nº 28, enero-febrero de1959

 

Crónica de Madrid por Venancio Sánchez Marín

Premio Francisco Alcántara

 

Cuarenta y seis artistas, menores de treinta y cinco años –edad límite establecida por la convocatoria-, han concurrido en el Premio instituído por el Círculo de Ballas Artes de Madrid, en memoria del que fue gran crítico de arte Franscisco Alcántara, fallecido em 1930. Concedido esta temporada por primera vez, el premio ha atraído a casi todos los pintores jóvenes cuyos nombres empiezan a sonar como merecedores de ascenso a la línea primera de la actual pintura española. Las obras presentadas han sido ciento treinta y ocho, figurando entre ellas algunas esculturas que no han conseguido interesar demasiado. La exhibición al público se verificó en el salón grande del Círculo y en la sala Minerva. Y el premio único, dotado con diez mil pesetas, fue adjudicado, por un Jurado integrado por críticos y directores de museos, al pintor madrileño Manuel Arcorlo.

 

El más interesante resultado de este premio ha sido ofrecer un conjunto de obras, representativas de las tendencias últimas, de los jóvenes artistas. Hemos encontrado en ellas un equilibrio sereno, dentro de la diversidad de inquietudes, que centra la inspiración en los límites de lo figurativo, con un entronque tradicional recio y, al propio tiempo, abierto a toda novedad expresiva. Definitivamente, parece que el núcleo más poderoso de pintores jóvenes, entre los que hay alguno con indiscutible personalidad, soslaya la aventura informalista, y orienta sus creaciones por los caminos grandes que recorrió Solana y por donde, días a día, van entre otros Vázquez Díaz, Palencia, Ortega Muñoz y Zabaleta, pintores éstos cuya influencia pesa gravemente sobre la más nueva pintura figurativa española. Dan la sensación estos jóvenes artistas de que para ellos la subversión total de valores en el arte y la búsqueda de expresiones sin apariencia real han posado a la historia de la pintura. Cabe en lo posible que, sin saberlo, están logrando una nueva integración del arte a sus cauces tradicionales. Nadie cree, claro está, que este movimiento de retorno se realice volviendo a las normas de la llamada pintura académica, sino que reencuentre el rigor tradicional aportando todos los hallazgos expresivos del arte moderno, logrado a través de “ismos” y movimientos de dispersión.

 

El cuadro que ha conseguido el premio es una excelente composición en la que la figura de una muchacha violinista aparece entre objetos diversos que producen el clima especial de la obra. La decisión del Jurado no ha sorprendido porque tiene un raro atractivo, entre poético y realista, de singular poder. De todos modos, la pintura actual de Alcorlo, más madura y desenvuelta de técnica, parece haber perdido algo de su inicial fuerza expresiva, como si el conocimiento adquirido hubiera frenado el empuje de sus anteriores obras.

 

Entre los cuadros más representativos figuraron los de Rubio Camín, pintados hábilmente, pero por debajo de sus buenas posibilidades; un paisaje de Agustín de Celis, de obscuras y cálidas tonalidades; un Don Tancredo de Francisco Echauz, construido con pesada solidez, y los paisajes de Trinidad Fernández, resueltos con grata simplificación.

 

Alfonso Fraile, con su lienzo titulado Familia, acreditó sus grandes dotes de dibujante y de pintor con un sentido justo y moderado del colorido; Antonio Guijarro presento un bodegón admirable, originalísimo, en amplias gamas rojizas, y Agustín Hernández, unos cuadros a los que despegaba del conjunto el grito frío de los azules.

 

Los cuadros de Angel Molina, con cierto elemento de humor, reducen a lo esencial motivos y expresiones girando en torno, no de la fotografía, sino de los fotógrafos, y los de Julián Pérez Muñoz insisten en los planos definidos y las arquitecturas. La Muchacha Romana, de Rafael Reyes, reiteró el estilo, tan personal, de este pintor, y la Calle madrileña de Rafael Seco nos reveló un artista inteligente, de aguda observación y sobrio concepto del colorido.

 

Los lienzos Suburbio y Patio, de Fernando Somoza, le acreditan como uno de los mejores pintores que están surgiendo actualmente. Se hallan pintados con densidad y aplomo. Trasciende de ellos un realismo inmediato de muros, ventanas y casas de vecinos, pero se hallan, como a la espera, de una revolución o un milagro, detenidos en un instante temporal de prodigiosa expectación.

 

Aun a sabiendas de que quedan sin señalar muchos cuadros excelentes, terminaremos esta reseña del “Premio Alcántara” mencionando las obras de Antonio Zarco, admirables de composición y de fortaleza expresiva.

Martínez Novillo.

Manuel Alcorlo.

Martínez Novillo.

 

Cirilo Martínez Novillo ha sido afiliado a la llamada escuela de Madrid, que incluye con relativa generosidad a muchos artistas, aunque no a todos con la propiedad que a éste. El madrileñismo, nada localista, de Martínez Novillo, madrileño de nacimiento, se abre a más anchas zonas españolas, pero, eso sí, con la visión al mismo tiempo abierta y mesurada del castellano nuevo. Es pintor asiduo a exposiciones, ha realizado varias individuales y sus lienzos se han visto con frecuencia en muestras colectivas, demostrando siempre su deseo de estar presente allí donde se reuniera un conjunto de pintura moderna, inquieta e interesante. Esta cualidad combativa de Martínez Novillo ha hecho que su nombre suene, que su obra sea muy conocida y que se le designe un lugar destacado. Sin embargo, será ahora, a partir de la excelente exposición celebrada en las salas de la Dirección General de Bellas Artes, cuando por todos se conceda a su pintura la importancia y el valor que merece.

 

El interés aislado de sus cuadros ha crecido extraordinariamente al conseguir una armonía perfecta entre la treintena de lienzos exhibidos. Raras veces un pintor logra tan redonda unidad, y cuando eso ocurre, se acrecienta el valor individual de las obras al complementarse unas a otras y reiterarse sus efectos en forma cada vez más conveniente. En sus paisajes castellanos y de la vertiente cantábrica, en sus bellos bodegones, Martínez Novillo logra equilibrar el colorado y la estructura en el fiel justo sin que le arrebate el entusiasmo del color ni el dibujo ejerza su seco e imperioso predominio. Y, no obstante, hay sabia riqueza en las gamas – especialmente las amarillas de los trigos y los campos, las mejor conseguidas- y hay dibujo neto y esquemático en sus creaciones. Un aliento pardo, como una neblina del espíritu, las envuelve, las lustra y lubrifica, permitiendo a barcas u objetos de bodegón que penetren en la atmósfera sin ablandarse ni recortarse duramente. En sus bodegones, el sentido de la composición sobresale, alcanzando resultados de admirable belleza, y en sus paisajes el ambiente circunstancial se desnuda o reduce a su expresión más eficaz y escueta.

 

Agustín Hernández.

 

Se viene usando actualmente en España –sobre todo en poesía- el calificativo de “social” para distinguir una actitud creadora endurecida por la realidad de cada día y portadora de un germen de disconformidad. Tiene vigencia e interés esta actitud, pero, como todo en arte, depende luego del acierto con que se sabe expresar. Las pinturas de Agustín Hernández, expuestas en la sala del Círculo de Bellas Artes, pretendieron hacernos oír, en dicho tono, las voces de una humanidad desamparada y sufrida, familiarizada con la tragedia y la muerte, más también alzada en rebeldía gesticulante. Sin duda se halla esta pintura en ruta muy española –la de los grandes descontentos, Quevedo, Goya, Solana… - pero le falta auténtico humor negro –mal humor- y le sobra anécdota inmediata muchas veces. Son sus defectos y sus excesos, al lado de virtudes de acusada expresividad y vigencia actualísima. Para los que, como Agustín Hernández, crean dentro de esta tendencia “social” existen demasiadas justificaciones. Se les justifica, por ejemplo, el hibridismo de las influencias perceptibles en sus cuadros. Estas pueden ir, como aquí sucede, desde Solana a Herreros, el admirable dibujante de La Codorniz,  porque se exponen en su aspecto más gesticulante y externo. Son gajes del expresionismo y sus fórmulas pictóricas. Sin embargo ello no quiere decir, ni mucho menos, que este pintor no posea originalidad; al contrario, crea dentro de un mundo carpetovetónico y campesino de visión muy personal. Y lo hace empastando los lienzos con valiente espesor y caracterizándolos por el predominio de los azules fríos. Es la suya una pintura de dramatismo sin contención, en guerra con una fórmula expresionista que quizá levante demasiado el tono en las actitudes de las figuras y prodigue los perfiles incisivos de las cabezas, pero que, a pesar de las deformaciones un tanto caricaturescas, sostiene bien el efecto dramático. Cosa más difícil y meritoria de lo que parece a primera vista. Tal vez lo que le suceda a esta pintura es que tenga un excesivo cargamento literario, que esté saturada de problemas sociales y rebusque escenas de velatorios e inclemencias de la vida campesina. Por eso, las raras veces que asoma a sus composiciones una leve punta de ternura se establece una mayor afinidad entre el tratamiento y el tema. Y nada pierden de humana rebeldía.

Antonio Quadros.

José Espinós.

Alfonso Fraile.

 

En la sala Biosca ha expuesto un excelente conjunto de óleos y algunos dibujos un pintor al que no es atrevido augurar un porvenir espléndido e inmediato. Alfonso Fraile posee destacadas facultades y un dominio cabal de la técnica pictórica. En sus cuadros hay ya la consciente ordenación de quien, a pesar de su juventud y su adscripción a la más nueva pintura figurativa, ha madurado su arte con seguridad y conocimiento. Alfonso Fraile con Alcorlo, Gloria Merino, Somoza, Zarco y algunos otros, forman el núcleo central de jóvenes pintores españoles de la última promoción que se han lanzado al rescate de todos los problemas derivados de la composición con un sentido clásico, pero extraordinariamente enriquecido por las experiencias más avanzadas del arte moderno, poniendo en juego términos, ambientes y calidades. La temática de Alfonso Fraile en esta exposición insiste en los grupos de figuras –como en sus lienzos Composición, Familia y Juego del Toro-, en los que se advierte cierto quietismo “pasmado” que constituye su mayor gracia original e íntima. También nos reitera –siguiendo esa moda o tentación irresistible para muchos pintores actuales- el motivo del toro solo, simple, inmóvil, con esa pesadumbre natural del toro quieto, monolítico. Tema táurico éste que parece realizarse por oposición al tema taurino. Sus numerosos bodegones se hallan compuestos con pescados rígidos e instrumentos musicales, en combinaciones insolidarias o en disposición geométrica las más de las veces. El dibujo definido y siempre perceptible resta alguna espontaneidad a las formas, pero contribuye a destacar el matiz intelectual de frialdad contrarrestada que es la clave de la personalidad singular de este artista.

 

“Gravura.”

 

Ha hecho muy bien la Sala Abril acogiendo a los artistas de la Sociedad Cooperativa de Grabadores Portugueses. Nos ha dado la feliz oportunidad del encuentro con unos grabadores de las más diversas tendencias, pero unidos por la dignidad y el acierto. A decir verdad, no sabíamos que en Portugal hubieran llegado tan alto en este bello género de la incisión y la estampación Las páginas de los libros modernos españoles están clamando por una ilustración de categoría como la que podrían efectuar los artistas de “Gravura”. Pero no es este lugar para hablar de los libros actuales, con sus finuras y sus viñetas de línea. Según cuenta el poeta Angel Crespo, uno de los organizadores de la exposición, “Gravura” ha tenido bastante éxito, y realiza tiradas, dos veces al mes, de ciento cincuenta ejemplares numerados y firmados, para distribuir entre las diversas categorías de sus socios. Y ha montado en el edificio social, en Lisboa, un taller de litografía y calcografía que está a disposición de los artistas asociados, cuyo número aumenta constantemente. Concurren a esta muestra en la Sala Abril los grabadores Areal, Barradas, Bothelo, Brumann, Charrua, Cid, Dourado, Ferreira da Silva, Hogan, Alice Jorge, Julio, Monteiro, Nogueira, Nikias, Pavia, Pomar, Possoz, Quadros, Lapa, Resende, Ribeiro, Sixas Sousa, Stael y Vieira. Las técnicas de que se valen son diversas: aguafuerte, litografía, punta seca, xilografía, serigrafía, aguatinta… y las tendencias también ofrecen grata variedad, desde el surrealismo de Lapa, Areal y Vieira, al realismo de fina, certera y popular ambientación de Alice Jorge, cuya aguatinta Mujer tendiendo ropa es admirable. Poseen una belleza llena de misterio, como de estatuas actuales contempladas desde un siglo futuro, las figuras envueltas en violento claroscuro del aguatinta de Bartolomeu Cid, Vida silenciosa. Esta pequeña obra maestra ha sido muy elogiada y ha gustado mucho. También merecen ser destacadas otras obras, como el aguafuerte de Teresa de Sousa, Ciudad, que se aparta, con original visión, de los conocidos efectos de esa técnica, y la serigrafías de Antonio Quadros, con alguna influencia de Miró, pero con gracia propia y unas calidades en las tintas muy agradables. Con ellas, las litografías de Sa Nogueira, Pomar y las Muchachas, de Dourado. En realidad, todas las obras tienen encanto e interés y han sido seleccionadas con acierto. Puede felicitarse a este grupo por una muestra de arte moderno que sitúa el grabado portugués a gran altura.

 

Figuras y paisajes de Rusia.

 

Para los que no conocemos la actual pintura rusa, pero hemos visto fotografías y hemos oído hablar de los lienzos exhibidos por la U. R. R. S. en la “Expo” de Bruselas, la exposición de Juan Manuel López Iglesias justificaba la curiosidad que despertó al ser anunciada. La biografía de Juan Manuel –así firma este pintor- era prometedora de un encuentro con las formas artísticas vigentes en ese país, tan separado de nosotros por tantos aspectos. Juan Manuel nació en 1927 en San Sabastián, fue evacuado al extranjero por el gobierno rojo, con los niños de las escuelas de Vizcaya y Guipúzcoa, en el segundo año de la guerra española. Así llegó a Rusia Juan Manuel. A los diecisiete años comenzó sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de Moscú. Más tarde los continuó en el Instituto Lurikof y después se trasladó a Riga para trabajar en la Academia de Artes de Letonia. Su regreso a España se efectuó en 1957, en unión de otros españoles repatriados. La pintura que ha traído de Rusia Juan Manuel la hemos visto ahora en el Círculo de Bellas Artes. Hasta cierto punto confirma cuanto sabíamos del arte soviético. Se encuentra dicho arte detenido en un academicismo finisecular ampliamente ya desbordado en lo demás países. Y los cuadros de Juan Manuel parecen pintados en esa época ya superada. No hay en ellos la menor palpitación actual. Son paisajes, muchos paisajes, paisajes nevados, esteparios y aldeanos, o calles de Moscú y Odessa, o barcas del Volga. Todos ellos como podían haberlos concebido Moreno Carbonero o Muñoz Degraín, si hubieran estado pintando por aquellos lugares. Algunos lienzos muestran una tipología auténtica que, sin embargo, nos parece algo convencional, o, al menos, conocida a través de la literatura rusa anterior a la revolución: viejos cazadores, patinadores, cosacos… La única curiosidad que nos queda después de haber visto esta exposición es la de saber qué pasará cuando este artista –que es, sin duda, un pintor de gran sensibilidad y de excelentes dotes- acuse el impacto del arte actual de Occidente. ¿Realizará un intento precipitado de incorporación o permanecerá fiel a unos principios que han sido desbordados por los pintores actuales?

Cárdenas.

Lucio Muñoz.

Hierros de José Espinós.

 

Arte y artesanía han estado durante muchos siglos estrechamente unidos. No podía faltar en nuestros días el ejemplo vivo de esa unión. José Espinós, extraordinario forjador de hierro, no es un artesano artista ni un artista artesano. Es, como es debido, las dos cosas a la vez, algo distinto y unido entrañablemente. Posee por eso la humildad sincera que se aviene con naturalidad a poner su trabajo al servicio de lo decorativo y necesario, cuando así se lo demandan; tiene, si es menester, la facultad de seguir nobles modelos de estilos pasados y actuales, y, de improviso, sabe sorprendernos con una obra personal de gran categoría artística. En su exposición, celebrada en la Sala Dolmen, ha dado buena prueba de esta diversidad de posibilidades. Junto a lámparas, palmatorias y ceniceros, junto a un recargado e inactual fragmento de batalla o la moderna interpretación –magnífica, por cierto-, de un dibujo de Lara, surgían obras originales admirables. Como forjador, Espinós es ampliamente conocido, sobre todo por la reja monumental realizada para el Monasterio de la Santa Cruz del Valle de los Caídos y por sus éxitos internacionales. El duro mineral, trabajado por sus manos, se torna tan dúctil y maleable como quiere. Lo doma, lo domina, lo domestica. De la difícil materia nacen expresiones humanas o de unción religiosa, cabezas de serena gracia femenina o ángeles de hierro. La oxidación natural del metal refuerza los efectos estéticos de estas obras, trabajadas con profundo conocimiento del oficio y con evidente personalidad. Nos gustaría que Espinós se liberara de la tiranía de lo pequeño y decorativo y se lanzara de lleno a la creación personal de esculturas de hierro, grandes y ambiciosas.

 

 

Pinturas abstractas de Lucio Muñoz.

 

Prosiguiendo la Sala del Ateneo sus exposiciones de arte abstracto, ha presentado los cuadros del joven pintor madrileño Lucio Muñoz. Después de las exposiciones recientes de Rueda y Manrique ha venido ésta a corroborar algo de lo que estábamos seguros; de que la pintura abstracta española ha alcanzado, aun en sus cultivadores más jóvenes, una indudable solvencia artística y una admirable madurez técnica. Tanto es así que sobre ella, cerniéndose, percibimos el peligro de un especie de “academicismo”. Está todo demasiado bien hecho, se apuran las calidades y se goza con el dominio de la materia hasta el punto de que es lícito preguntarse si acaso esta pintura no se podrá defender sin perfección técnica y hábil “cocina”. No es justamente éste el caso de Lucio, pero en sus cuadros hay mucha habilidad bajo apariencia –y la realidad- de un impresionante sentido ascético de renuncia. Lucio renuncia a las formas y renuncia al color. Salvo en ocasiones excepcionales, el color que maneja es el gris, casi negro, con una calidad obsesiva y monótona de materias carbonizadas. A lo que no renuncia Lucio –y hace perfectamente, es a producir sugestiones de un extraño simbolismo indescifrable, que se apoya en algunos de los títulos de sus cuadros –Graciella, Ascensión, Mayo- y en las rugosidades que en ellos forman relieves, incisiones, líneas, manchas o desconchados de una pared ennegrecida.

 

 

Fruteros de Cárdenas.

 

En su primera exposición individual, Juan Ignacio Cárdenas que había mostrado anteriormente su pintura en Madrid, en una Nacional, y en Barcelona, en la Bienal Hispanoamericana de 1955, ha aparecido como un artista que, si bien no se plantea graves problemas de expresión, cuida extraordinariamente la claridad y elegancia del colorido y reduce las formas a un esquema puro de acertado planteamiento. En la Sala del Ateneo, su exposición de diecinueve fruteros ha abierto un paréntesis a las exhibiciones de arte abstracto que allí se venían realizando. Algún crítico ha creído encontrar en estas obras un recuerdo, aunque remoto, de los guaches de Cossío. Algo hay de ello, más los fruteros de Cárdenas se evaden, por su espontánea entrega a la levedad del colorido, de cualquier precedente. Las fruta y sus recipientes, los objetos conocidos del bodegón son recreados en una zona que participa de las conquistas abstractas sin perder lo últimos reductos .las líneas esenciales- de sus figuraciones. Lo corpóreo se halla aquí planificado con sabiduría y gracia, que dota a lo que pudiera ser meramente decorativo de una categoría más importante. Produce el arte de Cárdenas una sensación de placidez que no debe ser confundida con el halago fácil. Tranquiliza el ánimo como la luz que pasa a través del cristal esmerilado. Pero una observación cercana descubre bellas transparencias y finas opacidades de color de una precisión casi cruel. Esta pintura ha de ser contemplada con morosa proximidad para que nos revele su secreto de elaboración, para que nos aleje cualquier idea de elemental simpleza y para que nos recuerde que, tras la amable levedad, puede esconderse también una lucha enconada e íntima por conseguir algo que está siendo lamentablemente olvidado por gran parte de los artistas actuales: la belleza.

 

 

Aurelio Teno.

 

Hay un expresionismo sórdido, monocorde, que se encierra en los grises, teniendo como límites extremos el blanco y el negro, el cual cuenta con muchos –demasiados- adeptos entre los pintores, mas hay también, por ventura, otra forma de expresionismo que se lanza a la pluralidad del color con brío y valentía. Aurelio Teno, cuyos cuadros hemos visto en la Sala Minerva, pertenece, por temperamento y por convicción, a la clase de pintores que están dispuestos a correr cualquier riesgo, excepto el de la monotonía cromática. Tienen interés los lienzos de este pintor cordobés, aunque no se halle todavía sedimentada su inquietud, o tal vez por eso mismo, porque muestra un desasosiego interior que se traduce en la amplitud y densidad con que empasta, el nervio de sus restregones de colores fuertes. Sabe conseguir resultados muy estimables en sus cuadros de figuras algo circenses, clownescas, reforzadas por líneas negras u obscuras y con un golpe de rojo en la nariz. En lienzos como El ciego y su órgano nos da la medida de sus facultades para componer con el sentido del peso y del ritmo admirables. Otras veces se torna hermético, sibilino, como en su Pájaro terroso, y otras abre una ventana nocturna a la poesía. Pero es en los bodegones de cálidos amarillos, rojos y verdes vivos donde encontramos más hecho a Aurelio Teno, especialmente en uno muy bonito de color donde unos peces morados fosforecen con ramalazos verdes y brillantes.

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