Si cualquier motivo es bueno para retomar la polémica sobre la postmodernidad, la exposición del mejicano Joaquín Segura Estado de Excepción en la Galería Espacio Mínimo de Madrid, primera que realiza en España, constituye sencillamente un motivo excelente para semejante tarea. Porque en las obras que la componen, todas ellas muy recientes, ya que la más antigua se remonta a 2012, encontramos pasto intelectual más que suficiente para analizar con detenimiento la relación de los generadores de obra artística con los objetos generados como tales obras de arte.

Y es que, en esencia, ésta y no otra es la nota característica de la postmodernidad en opinión de los críticos postmodernos: ya no hay tanto relación del artista con su época, de la que la obra de arte es muestra, como resultado de la analítica que realiza el artista de su entorno; sino que lo que hay es relación del sujeto artista con el concepto obra de arte objetualmente vehiculada, sin más relación que la de paternidad más o menos responsable.

Vaya por delante que soy de los que piensan que el artista es hijo y a la vez padre de su tiempo o, de lo contrario, lo que hace no es arte. Y esto, que sería una irresoluble paradoja en la mayoría de los planos de la realidad, no lo es en absoluto en el plano del arte. Tampoco hay que extrañarse demasiado por ello, no se encuentra el arte solo en esta sorprendente tesitura, sino que es algo que también ocurre en el plano de la mecánica cuántica, en la que un estado de una partícula puede a la vez ser causa y efecto del de otra. Ello quiere decir, en el ámbito del arte, que el artista puede y debe generar obra de arte que exprese las condiciones políticas, sociales, económicas o tecnológicas de su tiempo, pero, a la vez, puede y debe realizar interpretaciones de esas condiciones que anticipen, que muestren a dónde nos pueden  conducir esas mismas condiciones. Creo que en este sentido el caso de los artistas pop es, posiblemente, el más paradigmático y, sin duda, el más conocido.

Ciertamente, en este momento hay confusión en el arte, como la hay en la filosofía, como la hay en la sociedad. La dialéctica democracia liberal-democracia proletaria se ha resuelto, sorprendentemente, y por ahora, en una especie de neofeudalismo. El ciudadano ilustrado que surge de la revolución burguesa y el híbrido entre obrero especializado e intelectual colectivo originado por los socialismos reales han dejado paso a un nuevo, no sabemos todavía si sujeto de la Historia, pero al menos sí, de momento, protagonista de la misma, vinculado a las grandes corporaciones y conglomerados económicos que, cual nuevos señores feudales, pugnan entre sí y con los estados tradicionales (que cada vez lo son menos) por ocupar un lugar privilegiado en la cadena alimentaria, mientras que sus vasallos, la inmensa mayoría de la población, que consumimos sus productos y servicios pagando más de lo que valen, ni siquiera acabamos de ser conscientes de esta reestructuración social que se está produciendo ante nuestros ojos y que exige, para realizarse definitivamente, un retroceso en el estado de las libertades políticas y económicas. En definitiva, que parece que nos encaminamos hacia un estado de excepción permanente y global, en el que ya estamos parcialmente introducidos.